lunes, 30 de mayo de 2011

30 de mayo 2011

Una amiga me pregunta que fue lo que me enamoró de él. No lo recuerdo.
Busco en la vieja lata de galletitas Bagley donde guardo mis recuerdos esa bolsa transparente donde duermen sus cartas. Despliego pedazos de papel, son programas de cine y teatro, envoltorios de chocolates y alfajores, boletos de tren, entradas a la platea de la cancha, algunas tarjetas. Encuentro las cartas, las releo, lo que su letra desordenada me permite comprender.
Verdad es que yo era una chica confundida allá por 1992, que me había quedado sin nada de todo aquello que me había sostenido y hecho feliz durante años. Que me había quedado sin el futuro planificado hasta allí, sin apoyos, casi sin integridad y sin vocación. Que no había pegado una desde que terminé la escuela, que no podía aflojarle a la presión de mi familia, que tenía pocas amigas y un chico al que seduje y quise durante dos años para darme cuenta que no era para mí.
Cuando lo conocí, me enamoró su grito. Ese: "no encuentro mi lugar en este mundo que no entiende que soy sensible, que quiero ser diferente". Me enamoró su tristeza, su soledad. Su convicción de no vivir una vida indiferente, lógica, práctica y cómoda, sin sueños, sin tiempo para disfrutar de las cosas pequeñas que hacen que sea tan hermosa... o así decía.
Pero aún hoy, con veinte años más encima, leo esas cartas y vuelvo a sentir el mismo ahogo en las entrañas. Una ansiedad perturbadora y oprimente, un miedo inexplicable. Muchos te amo, muchos reclamos, muchos "ayudame, por favor, que vos sos todo y necesito hacerte feliz... con vos, para vos..."
Verdad es que yo era una chica insegura en aquel tiempo, llena de culpas y remordimientos, que no podía resolver mis desengaños y me pesaban mis pequeños fracasos, sus consecuentes desprecios y exclusiones. Que por tomarlo a él había dejado todo lo que tenía. Y después, no supe salir, cuando las entrañas comenzaron a crepitar de presión y encierro. Sólo como una adolescente puede, sentí que me había jugado todas las fichas y ya no había opción, no podía perder porque dejarlo a él era volver a nada... a empezar de cero, a no tener por donde empezar...
Esa es la verdad de la mentira. No tuve coraje más que para conformarlo.
Y conformé a todos, les di lo que esperaban.
Anoche veía por enésima vez una peli que me encanta. En la que una desesperada Kate Winslet prefiere suicidarse matando a su hijo, con tal de no ser cómplice de la traición de su marido. Traición de renunciar a una vida especial por jugarse a lo seguro.
Siempre pensé que yo era Kate, porque con el tiempo me fui dando cuenta que ese grito de rebeldía se apagó para dar paso al celular del trabajo, la ambición, la comodidad, las obligaciones. Y lo desprecié por eso. Le recriminé mil veces haberme arruinado la vida, dejándome sola y sin nada que valiera la pena saborear, ninguna ilusión que respirar.
Ahora veo que yo también lo traicioné, tal vez nunca tuve suficientes razones para quedarme con él, me jugué de alguna forma yo también por lo seguro. Y aprendí a quererlo después, cuando la vida nos fue pasando por arriba. Vida que fue vida, que fue hogar, hijos, aventura, sostén, vida que fue amor, sin dudas, amor profundo. Esa es la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario