miércoles, 18 de mayo de 2011

18 de mayo 2011

Es una mañana fresquita, como se debe en otoño. Me levanto temprano, despierto a mis hijos, los despacho a la escuela donde habrán de pasar casi todo el día. A esta rutina le sigue el diario ritual de los mates en la cama, con los apuntes y los libros desperramados sobre el cubrecama y la tele encendida.
Ya son las ocho y media cuando decido levantarme, hay mucho que hacer hoy. Viene el carpintero y tengo que organizar varias cosas.
Antes estuve sintonizando un programa de televisión por mi canal favorito. Eugenia Tobal lo conducía. Actriz, rubia, flaca ella, muy flaca y linda, independiente, soltera, para algunos ícono de la moda y estilo, para otros sex symbol, diosa argentina. Cuando termina la emisión los títulos señalan: Rutas Solidarias, un programa producido por Eugenia Tobal, idea de Eugenia Tobal.
Esto amerita una breve reflexión.
No tengo ningún prejuicio contra las rubias, ni contra las mujeres lindas e independientes. Todo lo contrario.
¿Entonces que me moviliza de sus actos para traerme hasta el teclado?
¿Qué tenemos en común Eugenia y yo? Bastante poco. Pero lo poco es importante.
Me hace pensar que más allá de los rótulos y las fachadas, de los contratos con el status quo, de las obligaciones sociales, más allá de lo esperable, existe el goce de hacer el bien. De hacer cosas lindas y constructivas porque sí. Eugenia parece tener una natural predisposición de caminar mirando en panorámico, de mirar fijo a los ojos, con firmeza y ternura a la vez, de sonreir despojadamente.
Me hace pensar sobre qué es hacer el bien. Si es hacer algo que te gusta, si es hacer lo que el otro necesita o si es simplemente dedicarse a ser feliz y encontrar en cada acto, en cada hecho de la vida, gratitud.
La semana pasada una horda de triunfadores partió hacia un pueblo austero con una misión, impuesta, para seguir aprendiendo aún más sobre sus propios triunfos. Llegan como salvadores, se van como héroes, con la boca cargada de rabia y soberbia: el estado acá no llega, esos que tanto nos critican y tenemos que venir nosotros, a hacer lo que ellos no hacen y todos esos que se creen que son un país progre, que son una proyecto de cambio, mentira, mentira, hipócritas ellos y estúpidos los que les creen, pseudo hippies, pseudo zurdos de Palermo...
A la hora de querer hacer el bien, yo me siento como Eugenia.
Lo pienso, lo invierto, lo disfruto, lo amo, lo agradezco.
Agradezco que haya quien pueda recibirme. Agradezco que haya quien pueda sentirme y verme, volverme real. Quererme. Agradezco que haya alguien fuera de mí dispuesto a tomarme.
Detrás de lo que parece frívolo y vacío, detrás de las obligaciones y de lo esperable, de la subsistencia, el trabajo, el vestido, el super y el gimnasio, hay una vida para vivir. Para vivir con los otros. Una vida para entregar, para devolver al universo todo lo que se nos dió. Eso me pone bien. Y lo agradezco...
Esta noche cuando encienda de nuevo la tele, voy a sintonizar otro de mis mejores programas: Mentira la verdad, filosofía actuada y cuestionada. Para seguir aprendiendo.

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