martes, 10 de mayo de 2011

10 de mayo 2011

Es la una de la madrugada. No es tan tarde, pero debería estar durmiendo ya. Estoy sola. Mi marido está en viaje de trabajo y vuelve en dos días.
Me pasé otro día más con la memoria poblada de espectros. Amanecí imaginando un amanecer estrechada en los brazos de la libertad, descansando de un anochecer sensual, sugerente. A eso le siguió una mañana entre franelas y trapos de pisos hablandole a comensales que en mi cabeza se despotricaban viejos resentimientos y se bautizaban de verdades largo tiempo consagradas al secreto. Blandí mis soledades y las yuxtapuse a las de ellos, aglutinándolas en una unidad perfecta para llorar en presencia de todos y de nadie. La tarde se puso más alegre. Otra vez y por enésima ya, escuché las mismas canciones que los anteriores días. Los Ramones, los Sex Pistols, Cindy Lauper, Iggy Pop. Don´t you forget about me, don´t, don´t!! Baile sola en compañía de los imaginados de siempre. No les di un día de muertos ni un minuto de partidos. No los di por perdidos. No me di por expulsada. Ni por fea. No me di por rechazada ni por aludida. Era mi soñar despierta después de todo.
Volví a mirar las fotos, estudié los gestos, reviví todas esas sensaciones que quedaron inmortalizadas en la sonrisa de papel. Otra vez. Pero esta vez progresé algunos años. De la primaria a la adolescencia en el barrio, al trabajo en la escuela, de las últimas vacaciones con los viejos a las primeras sola, en grupo, uno diferente, ya de novia, ya casi señora.
Luego un breve chat. Se extraña un poco, no? Nooo, yo no extraño nada.
Y luego otro. Viste que María Laura deja, estoy asombradísima. Edgardo casi. Ya me parecía. Me está costando un montón, que cansada estoy. No se que me pasa, no me engancho, estoy colgada.
En la cama vueltas, más lágrimas, zollosos y de últimas a primeras acá frente al teclado con tanto para pensar... tanto para escribir y lamentándome de todas las cartas que tiré, el cuaderno diario que quemé y los que perdí. Me hubiera gustado saber con más certeza que pensaba y que me pasaba en aquellos años de mi vida. Recordé en algún momento de la tarde, otra tarde cuando mi amiga Claudia se apareció llorando: Que este grupo algún día se va a terminar, que los chicos no van a estar para siempre, que algún día nos vamos a separar... Mariana muy escéptica se rió. Yo, muy zen, le dije que lo importante es llevarse dentro de uno todo lo vivido. Y las dos coincidimos en que sí, algún día todo el presente va a ser pasado. Recuerdo una metáfora de uvas. Ah, sí, era Mariana diciendo que igual no había que quedarse con las ganas, que había que entregarse y disfrutar, sin pensar en el "se acaba", que era peor quedarse mirando las uvas lamentándose de que algún día ya no iban a existir. Pobre Claudia. Creo que no fue la misma desde ese día. Creo que ahí fue cuando decidió evadirse, mentirse no necesitar, replegarse en no me importa. Creo que ese día todos. De a poco hasta agotar la última suela.
¿Porqué me pasa todo esto? ¿Porqué me resuenan tanto las tripas de esos días? Lo esclarezco un poco mejor cuando hablo con Delia. Lo termino de contrastar con Rosita, con mi bendito ascendente en Piscis. Con esos procesos de disolución que no logro domar.
El año pasado cuando me pidieron el trabajo práctico de Dinámicas Grupales me pasó algo extraño. Miré la película como me dijieron. Por dos horas me sumergí en la vida del jóven francés perdido en la traducción de la vida en Barcelona, en sus vicisitudes de estudiante sin vocación, de desorden sin futuro. Me sumergí en su vida en convivencia con seis personas. Todos diferentes, todos como él. Como todo, como dice Claudia, un día se termina, un día el francés vuelve a Francia y no se lleva más que un diploma y un montón de rostros grabados en su corazón. Un tiempo los busca en cada mesa de bar, en cada plaza y en cada esquina. Un día los empieza a escribir.
Mientras tanto yo, al pasar la misma escena, veo otros rostros. De golpe como un disparo emergen a la conciencia, reviven. Se vuelven caos en la heladera, solidaridad, celos, intrusión, cariño, sabotaje. De repente se vuelven yo... tan parte de mí como mi cuello, como una de mis manos. El rostro de Darío es el primero, no se porqué. Le siguen algunos más hasta que las lágrimas me nublan la vista.
Este año termino mi carrera. El grupo que es, el de mis compañeros, pronto va a dejar de ser. El grupo que me recolocó en todos esos grupos que me hicieron. Pero más que en todos, en uno especial.
Mi miedo no es zonzo. Mi época pos grupo, fue la peor de mi vida. La época de tomar las peores decisiones. Las que me alejaron de quien soy en la luz y me dejaron en la oscuridad, sola, durante mucho tiempo. La forma de salir del grupo fue la que determinó el inicio poco creativo y sobreadaptado de los años siguientes. Todo por esa maldita costumbre que ahora me reconozco de no agotar los procesos, de no terminar nada. Porque las cosas no terminan hasta que terminan. Las cosas no se agotan hasta que uno ve el fondo. Y el fondo es vacío. Se siente hostil y excluyente. El fondo es nada.
Yo también me asusté, como Claudia, y dejé pudrirse las uvas en el árbol. Me fuí. Me solté de las ramas que me habían alimentado y mantenido verde. Me solté antes de tiempo, como una hoja en primavera. Está bien que no me perdonen, especialmente los que hacían llover...
Ahora estoy tratando de hacer lo mismo. Pero no, no voy a decepcionar desertando, no voy a lastimar dando la espalda, no voy a herir con mi orgullo de enana superada, ni acorazarme en mi vanidad ridícula y solitaria. Me quedo hasta que termine, remando, tirando de la soga para seguir avanzando hasta el fondo, hasta que salgamos todos. Hasta el final, en el que se que habré de sentirme abandonada y sola, pero esta vez no voy a ser cobarde. Me necesitan. Esta vez me juego por los que quiero, aunque no sean perfectos ni duren para siempre...

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