viernes, 6 de abril de 2012

6 de abril 2012

Intento hacer un conjuro: Luna llena en Libra, una vieja canción de Madonna, mi gata negra, mis ojos húmedos haciendo promesas y mi corazón nombrándote todo el tiempo hasta la última exhalación de las notas. 
Me refugio de la soledad bajo el manto de la noche. El aire está tan despejado con ese rostro redondo y luminoso que observa perezoso cómo las almas comienzan a caer en sueño. Respiro el rocío y nada perturba mis ansias de magia. Mi sacerdotisa supo ser hechicera por milenios y yo solo quiero un pedazo de su aura para alumbrar el momento en que quisiera recordar ser feliz. Le hablo como si desde su boca pudiese susurrar con tu voz las palabras jamás dichas. La miro como si tus ojos de mediodía me sonriesen deseándome más allá de un beso y de la vida.
La cola negra de mi gata se desliza por mi cuello. No puedo evitar pensar que podrían ser tus dedos, o mejor aún, tus labios...
Por la calle pasan jóvenes sonriendo, pero hoy no hay ánimo para nostalgias. Hoy es hoy y somos los que estamos. 
Recuerdo un mensaje recibido en la mañana mientras se hacen lentamente más visibles las entrelíneas de mi embrujo nocturno: luna llena, cumpleaños cósmico, amor derramado del maestro sonriente, poner los pies donde sus pies dejan huella, hacer camino. 
Cesan los acordes de la canción que apadrina mi intento mágico y se descorre el telón de las voces dulces de los peregrinos que inundan de repente la calle. La luz anuda sus gargantas, sus pasos y su fe y me voy tras ellos, a descargar la cruz de sus hombros y llevarme algo de su sacrificio para hacerlo alegría y esperanza.
Mucho tiempo hacía que no caminaba un Vía Crucis. Me decidí hace rato por un diálogo con Dios sin intermediarios. Pero si era noche para derramar amor, era oportuno entonces salir a recogerlo para hacerlo gesto. Me sumo a la senda de fuego. Entonces me acuerdo de pedir. Rosita decía que había que saber pedir... Y yo pido: pido muchas cosas. Pido luz, trabajo, salud, sabiduría, paciencia, desapego, madurez, alegría, recomposición, desahogo. 
Recorro con mi mente cada persona y cada casa en un compendio de afectos sin orden de pasado o presente. Con los pies les deslizo mi amor, con mi pedido, bendiciones. Pido habilitar la palabra, vencer las inseguridades, ser uno en todos y con todos. Pero más que nada pido que vivamos todos unidos por esa clase de amor que nos fortalece con la confianza y la comprensión más allá de cualquier egoísmo y debilidad del alma.
Pocas cosas le sobreviven a mi pasado marchito de escuela católica. Ninguna tanto como la ética que empapa las palabras del maestro. Esa ética de similitud sincera y profunda, en la cual el otro sufre como yo sufro, se equivoca como yo me equivoco, necesita como yo necesito, ama como yo amo. Porqué no entonces entregarnos a los otros, a sus deseos y sus miedos como si fueran propios, como si ardiesen con el mismo calor y proyectasen una misma luz y una misma sombra. 
Cada vez que los techos de las casas me lo permiten, vuelvo a contemplar la luna y a veces sin darme cuenta le sonrío. Y en algún momento al doblar una esquina me parece sentir tu hombro rozar el mío y tus pasos acompasar mi marcha. Te repito ese pedido que te hago siempre, esa pregunta recurrente de niña tonta y me contestás lo de siempre, eso que no quiero terminar de aceptar... Pero como es noche de amor derramado, entonces pido... pido para que llegue nuestro tiempo y sea bosque verde en primavera...