lunes, 23 de mayo de 2011

23 de mayo 2011

Un fin de semana más de esos y ya van... Reunión familiar, cumpleaños de mi vieja. Familia reunida para compatir, para escuchar música en un viejo tocadiscos, charlar, reír, comer, comer, comer. En ocasión de estar todos presentes mi hermana nos muestra un video de la ecografía en cuatro dimensiones de mi sobrina nonata. Sumado a la reciente llegada de otra integrante, todas las miradas y las voces insisten en reincidir en el inacansable cargoseo. Odio que me insistan con tener otro hijo. La nena, para festejar el auto nuevo... la nena, que él tanto quiere y yo no. Yo, la mala de la película, la castradora. Parece que lo huelen en el aire, que captan la resonancia del sistema de la culpa, ese sistema macabro funcional a esto, a seguir como siempre, con esa fantasía estúpida de que estamos taaaan bieeeen porque tenemos plata. No entienden que no puedo. Lo dificil que es para mí no saber todavía bien que le pasa a mi hijo, cuanto error mío se alberga en su lentitud de otoño, en su repliegue... No entienden que ahora es tiempo de proyectos personales, que encuentro por fin espacio para mi vocación. No entienden que no quiero darle más de comer al cadaver de mi matrimonio. Que no me interesa insuflarle nada que se parezca a vida, que no me importa mantenerlo vivo, que quiero que se termine...
Pero como habrían de darse cuenta esa caravana de mujeres salvajemente adaptadas a la postergación y el ninguneo. Tan felizmente instaladas en la idea de completud y amparo que les dan sus casas y sus matrimonios, tan satisfechas de sí, aún en la carencia, en lo que mienten y en lo que jamás se cuestionan.
Después me llama mi suegra. Que no la llamamos para ir, que ella no quería molestar, que tu mamá ya me dió la dirección de la casa nueva para ir a visitarla, que el nene dijo que me va a acompañar... Otra ronda más, y ya van...
Algunos deberían llevar el sello de misóginos en la frente. Algo que los señale, que los delate. Un grillete en el tobillo, un letra pegada en la espalda, algo... Porque parece que las mujeres acríticas y infravaluadas sí tenemos una señal, nos meamos el árbol entre nosotras, nos encanta formar un club grande como la humanidad misma, total, cuantas más seamos quien se va a dar cuenta.

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