domingo, 25 de diciembre de 2011

25 de diciembre 2011

Las Navidades más lindas sin dudas quedaron atrás. La mesa tranquila bajo las enredaderas del patio, vestida de manteles blancos y con adornos extraños, fabricados solo para la ocasión, que casi siempre incluían agua. Mucha comida, a veces tradicional, otras experimental, pero siempre preparada con ilusión y esmero. La puerta abierta y las cortinas meciéndose suavemente como marcando la respiración profunda y fresca de la noche. Mi familia de gala simple y yo que me vestía siempre con alguna combinación de ropa extraña, como si nadie fuese a verme. Comer y conversar tranquilos los cinco. Brindis afectuoso, calmo, la pirotécnia siempre era de otros y no seducía ni siquiera para salir a ver al patio. Cáscaras de nueces desparramadas entre las botellas a medio vaciar y vasos manchados con rastros de varias bebidas. Papá Noel era modesto pero noble en sus intenciones. No hacía esfuerzos desmedidos ni buscaba impresionar. Después, baile en la casa de enfrente. La música a todo volumen hasta salir el sol. De cada casa un vástago, así que ningún vecino se quejaba. A veces la sidra se revolvía en la panza saturada de alimentos y calor. Otras, se instalaba en la cabeza en un zumbido que se atoraba en las notas de las canciones de moda.
Lo único mejor que la compañía, era sentir la oportunidad del tiempo, de tener la vida entre las manos para disfrutarla de un sorbo o varios, para imaginarse y diseñarse uno mismo en el mundo, y el mundo para uno al reverendo antojo, donde cupieran todas las ilusiones fluyendo como ríos salvajes hacia un mar delicioso de finales felices.
Ninguna sensación más grata que no tener que preocuparse de nada. Nada más liberador que la indestructible esperanza de ser joven y estar bailando en el patio.
Lo que se está por acabar no es lo mejor de mi vida, lo se.
Lo entiendo cuando miro las Navidades y recuerdo los árboles repletos de regalos, imprescindibles para sobresaltar envergadura de los afectos, la escala de valor degustándose en las bocas, gente criticándose y discutiendo política, escupiendo garrapiñadas sobre las cartas justo después de los estruendos y la plata quemada en el pasillo.
Lo entiendo cuando veo el tiempo invertido como tiempo desgastado pesándome sobre el cuerpo y veo los océanos confundiendo las luces con la noche y dejándome esclava, sorda en la quietud.
No hay más música que la risa de mis hijos y a veces no alcanza para aplacar el zumbido tenso de la soledad comprimiendo la sien.
Nunca en la Navidad pensé que iba a vivir triste, porque nunca fui triste en Navidad mientras esperaba el amanecer amable y lento de los días por venir.
Tal vez fuese el cobijo de los que caminaban conmigo, de sus sonrisas lunares y sus manos extendidas. Tal vez la capacidad de disfrutar las cosas más simples, algo así como encontrar amor sin tanto rebusque y sin revolver las góndolas o encriptarse en los shoppings, no lo se. Tal vez era saber que en todos lados podía haber amor sin Navidad, simplemente mirando por encima de todo eso que se le pone a los lazos cuando no hay de donde amarrar. 
Espero haber burlado un poco, al menos, a los fantasmas de mis Navidades futuras con tanta promesa que vengo haciendo. Espero.